19 de diciembre de 2012

:)











"Voy a hacerte una confesión: estoy un poco asustada. 
No sé adónde me llevará esta libertad mía.
No es arbitraria ni libertina. Pero anda suelta."




                                          Clarice Lispector

13 de diciembre de 2012

Marita Verón, absolución y disturbios

Es paradójico que muchxs de los que dicen que los “hechos de violencia“ no sirven porque después “los medios no hablan de otra cosa“, basen su análisis en lo que vieron por esos mismos medios. Es paradójico que los medios hablen de violencia cuando un pueblo se levanta, rabioso, frente a la injusticia, pero nunca hablen de la violencia institucional, de las complicidades de la Justicia, los gobiernos provinciales y la policía frente a la trata de mujeres, frente a la explotación sexual.
Para ustedes, compas, que se escandalizan con los hechos violentos de ayer, déjenme decirles que la violencia viene desde arriba, y que la rabia de ayer no fue solo la de “los boludos de siempre“ (sic) que van desde la casita con las mochilas llenas de piedras. Fue la de todxs lxs que llegamos y nos encontramos en la más profunda indignación, en la sensación de soledad total, una vez más, como siempre en estos temas. Y fuimos todxs lxs que hervimos de bronca cuando se acercaba la maldita policía, esa que no podía sostenernos la mirada por la verguenza de saberse parte fundamental de la cadena de complicidades que sostienen el negocio de la trata. Yo también tuve ganas de tirar piedras, aunque la Casa de Tucumán no fuera un prostíbulo, no fuera la casa de los jueces, ni siqueira la de la policía o Alperovich. Pero yo también tenía ganas de tirar piedras, porque las movilizaciones populares también son simbología, son carne, son sangre caliente, y esto era, entre otras cosas, todo eso.
Décadas de represión, de opresión, de una policía parada siempre en las antípodas del pueblo, no se arreglan con un discurso pacifista de conciliación... menos cuando la opción es la de una Justicia que no sirve.

Las acciones violentas de los pueblos, desde abajo, son respuesta a las violencias ejercidas desde el poder, desde arriba. Así que, más o menos de acuerdo con unos u otros actores (y si realmente queremos hablar de violencia en las luchas populares tendríamos que dedicar bastante más para realmente profundizar y reflexionar a la altura necesaria) no comparemos, no lo banalicemos bajo la falsa dicotomía paz-violencia y no lo pongamos en el mismo nivel como si fuera “caer en lo mismo“.

Y, en última instancia, si de verdad lo que les molesta es que sea “poco inteligente“ porque “los medios bla bla“, entonces empecemos por no reproducir la misma agenda, empecemos por hablar de lo que queremos hablar. ¿Cómo queremos que los medios no vendan su basura triturada si nosotrxs mismos se la reproducimos?

Como dijo Bertolt Brecht: "Del río que todo lo mueve, dícese que es violento, pero nadie llama violentas a las márgenes que lo comprimen"

29 de noviembre de 2012

en el subte: menos la luz del sol


Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo, ¿viste?... salís de tu casa, por Correa. Lo de siempre, la calle y vos... Cuando de repente, subte, línea D, se aparece él. Mezcla rara de penúltimo rockero y de primer hippie en el viaje al norte: gorrito marrón en la cabeza, los cuadros de la camisa post grunge pintados en la piel, dos lonas clavadas en los pies.

“este tema es de uno de los mejores discos del rock nacional, se llama artó, se escribe artaud, busquenló si quieren“, dice.

Y así, medio bailando y medio volando, me regala una sonrisa, y me canta...




8 de noviembre de 2012

¡Pero che!

Che boló, qué bueno que esta gente salga a manifestarse, es la posta, hay que tomar las calles, no queda otra, como cuando salimos a exigir la aparición de Alfonso Severo, el mes pasado... ah no, pará, ahí no estuvieron... bueno, no habrán podido ir. Pero seguro alzaron la cacerola cuando desapareció Julio López y reclaman cada 18 de septiembre por él, y en enero por Luciano Arruga... ah, ¿no? Bueh, se les complicará con el laburo, la casa, los chicos... pero no me cabe duda de que estuvieron pidiendo justicia por Mariano Ferreyra en el festi de septiembre, apenitas días después de su espontáneo primer cacerolazo... ups, ¿tampoco? Bueno, es que son gente muy ocupada. Pero seguro que están cuando hay que salir en contra de la Barrick, de Monsanto, o seguro estuvieron apoyando la lucha Qom en los largos 6 meses de la 9 de julio... y seguro acompañan a las Madres y Abuelas cada 24 de marzo, seguro recuerdan a Fuentealba en abril y a Pocho Leptratti y a Darío y Maxi y a Cristian Ferreyra y a las mujeres desaparecidas para ser sus putas y a los pibes asesinados por la policía y a... mmm no, ¿no?

Y bueno, está bien, hagan la suya, que mañana volvemos, que nuestros sueños no caben en sus cacerolas de teflón, nuestros sueños se cocinan en ollas populares, a fuego lento pero seguro, para que al final, con un rock and roll o alguna cumbia de fondo, juntxs y organizadxs, siempre comamos todxs.



11 de octubre de 2012

Posadas recibió al 27° Encuentro Nacional de Mujeres


Van 27, me digo y me recuerdo (y me reafirmo a mí misma en esa afirmación) mientras pienso en el modesto alcance que imaginaban aquellas que participaron del tímido primero. Van 27, me digo y me reafirmo mientras pienso en aquellas que imaginaban tantos de los triunfos que hoy celebramos en alegre rebeldía. Van 27, me afirmo, orgullosa, y me ilusiono entonces con la idea de ver tantas de nuestras luchas plasmadas en logros concretos el día de mañana, o dentro de un rato, o ahora mismo, por qué no. Porque los Encuentros Nacionales de Mujeres son un logro en sí, en su simple realización, en su simple ser, existir; se critica que no sean resolutivos, que no busquen el posicionamientos político-partidario, que no se vote, que no se jerarquice. Pero es que no son nada de eso.

Es difícil explicar -conpalabrasdeestemundo, diría Alejandra- lo que se vive en estos espacios. Es todo tan rápido y tan intenso que la emoción más profunda a veces empieza a llegar horas después del arribo a la ciudad o pueblo de cada una, en la vuelta a la cotidianidad, al barrio propio, a las gentes y actividades de nuestras vidas corrientes. Quizá recién ahí podemos empezar a bajar todo lo que vivimos y reflexionamos en tan corto tiempo, para entonces sí cosechar un fruto palpable que nos permita empezar a cambiar nuestras vidas en nuestros espacios de lucha y construcción, en nuestros territorios.

“Algo cambia en cada mujer que participa“ es el acertado slogan desde hace años, junto con “El Encuentro somos todas“, un claro manifiesto de pluralidad y diversidad no tan fácil de encontrar en los espacios políticos del mundo entero. Y es que en los Encuentros están las troskas, las kirchneristas, las anarquistas, las independientes, las organizadas, las individualistas, las que no saben mucho de qué la va, las que marchan en tetas, las que marchan en tacos, las profesionales, las intelectuales, las que no terminaron el colegio, las militantes, las no militantes, las católicas, las herejes, las casadas, las solteras, las madres, las hijas, las embarazadas, las que abortan, las que no, las argentinas, las latinoamericanas, las indígenas, las mestizas, las trotamundos. Y entre todas los encuentros se llenan de magia y energía y una pulsión de lucha que, me animo a decir, pocas veces se ve de manera tan concentrada e intensa.



Pasa volando: tres días de vorágine corporal y mental. Apertura, talleres, festival en la plaza, dormir poco,  talleres nuevamente, charla de mujeres latinoamericanas, siguen los talleres, redacción de conclusiones, marcha, peña final, acto de cierre, alección del próximo destino por aplausómetro y vuelta al hogar. Y aún en ese ritmo frenético, desde el principio y contínuamente aparecen los balances; se piensa, se reflexiona, se cuentan cosas que quizá no se contarían en ningún otro contexto. La comodidad, la confianza, la plenitud incomparable se vive desde el principio. Somos más nosotras que nunca. 

La marcha es un capítulo aparte. Para muchas es el climax del encuentro. Es el descargo total, es la comunión final, la alegría, la caminata, los saltos, los cantos y, finalmente, la rabia desatada a esa institución que encarna el origen de todos nuestros males: la iglesia católica. Todas las marchas confluyen en la Catedral, donde esperan varones encadenados con sus brazos rezando el padre nuestro para liberarnos a nosotras de todos nuestros pecados de brujas locas y malas... o quizás quieran liberarse ellos mismos de los suyos, quién sabe. A veces nos esperan con una valla policial en el medio; otras no, y entonces la lucha cara a cara se hace más carne que nunca. Se sienten los restos medievales de una cultura que parece olvidada pero que está más viva que nunca. Les gritamos, los acusamos, “ustedes se callaron cuando se las llevaron“, esquivamos sus cabezas para encontrarnos con sus hembras, ubicadas siempre por detrás, para invitarlas, al grito pelado de furia e indignación: “mujer, escucha, ¡únete a la lucha!”. El padre nuestro aumenta el volumen a medida que vuelan aerosoles, chicas besándose y pezones revoloteando las escalinatas. Chorreamos rabia, estamos rabiosas, y nos encanta, porque eso es la lucha, ya habrá tiempo para pacifismos y tolerancias, hoy no, es violento, pero violencia... violencia es el aborto ilegal, la trata de mujeres, los mandatos sociales, las imposiciones, la opresión. Violencia... es mentir.

De vuelta en los micros todo es intercambio, ¿cómo te fue en el taller?, ¿se debatió?, hubo bardo, estuvo tranqui, llegamos al consenso, no llegamos, me pasé contacto con tal, pensamos en hacer esto, reflexionamos aquello. Los cuestionamientos sobre nosotras mismas y nuestras prácticas no cesan, se nos quedan tatuados sin dejarnos escapar, nos obligan a seguir pensándonos incansablemente. 
Porque como hace 27 años, los Encuentros son un espacio único e inexplicable. Un espacio que sorteó gobiernos, leyes, crisis económicas, que se realizó durante años en el Día de la raza y que ahora se realiza en el Día de la diversidad cultural. Un espacio que lucha y se nutre de los cambios que nosotras mismas motorizamos. Un espacio que una vez que conocés, ya no querés abandonar nunca más.

16 de septiembre de 2012

De adolescencias explosivas

Teníamos 15 ó 16 años, estudiábamos poco, pero leíamos mucho, nos gustaba fumarnos uno antes de entrar al colegio y militar activamente en el centro de estudiantes. Salíamos de fiesta y discutíamos política en las “previas“, nos escabiábamos en el río y nos peleábamos con los rectores y profesores (algunos profesores, los merecidos de aquello) cada vez que podíamos; de vez en cuando caía la policía y terminábamos declarando por una piedra justiciera en medio de alguna pelea adolescente.
Septiembre era nuestro mes preferido: el 21, festejábamos la primavera en una jornada maratónica en plaza francia al ritmo de Un Kuartito y su ska de hierbita y tetra brik; el 16, en cambio, pintábamos banderas, nos juntábamos con los colegios de la zona y agitábamos el subte a puro redoblante y cantito hasta llegar al congreso, y marchar. Recordábamos la noche del '76, y sosteníamos el reclamo del boleto estudiantil. Nuestros lápices seguían escribiendo, como hoy.


(No, en la foto no estoy yo)

6 de septiembre de 2012

de apuros y llegadas tarde

había apurado, y sin embargo sabía que era tarde, pero ya no importaba.
tenía lágrimas secas de tanto esperarse, de tanto posponerse, y sin embargo no dejaban de salírsele de a borbotones, más líquidas que nunca.
había apurado y no quedaba más que el cierre feroz de la posibilidad quemada o la ilusión arriesgada de quien elige ser feliz por un ratito, aunque eso implique la posibilidad de una infelicidad posterior, dolorosa, insoportable.
había apurado, había recibido el rebote del impulso, había intentado de nuevo y había entrado por una endija, fina, pero –sentía–, llena del mismo aire que respiraba, que buscaba respirar.

aquella noche de aire y apuros tardíos prefirió no seguir pensando. prefirió no evaluar orgullos ni regateos, ni miradas punzantes ni esquives a aquellos abrazos circunstanciales.
aquella noche prefirió ser.
se prefirió incompleta, menos guerrera, más dócil.
aquella noche, por primera vez, cerró los ojos, durmió todas las horas seguidas, sin el despertar de la ansiedad, del miedo, del no relajo.
aquella noche durmió,
y cuando despertó,
el día ya había llegado.





*dibujo de vero gatti

13 de agosto de 2012

leernos

Hay algo en compartir lo escrito, aunque hay más en compartir lo sentido. Digo que hay algo en compartir, algo de comunión, de entendimiento, una sensación de intimidad única, irrepetible, inexplicable; como compartir un verano de pies en el río, como compartir una lucha, una marcha, un grito, la muerte de un artista querido, una clase reveladora, un proyecto artístico. Hay algo, hay más, cuando lo compartido es virtual, pero intenso, cuando es desconocido pero profundo, hay algo no ilustrable más que con miradas, pero que prescinde de ellas.

Cuanto más anonimato pierdo en estos espacios, más me veo en la necesidad de transformarlos en algo delineado, no por urgencia de límites o estructuras, sino por la pulsión de materializar deseos y placeres.

Cada vez que pierdo el anonimato en estos espacios corro, migro, casi que huyo a otros soportes que me den esa invisibilidad que tanto busco por momentos. Pero siempre vuelvo. Siempre una puerta abierta. Lo permanente no es lo mío, ni lo perfecto, ni lo completo.
Prefiero lo bello.
Lo wabi sabi



7 de agosto de 2012

Comienzo, instante-já

Encontró aquella mañana un sabor dulce que hacía mucho no sentía después de una noche de rock, drogas y sexo en voz alta. Se dio cuenta enseguida de que con él los silencios no serían incómodos, los mediodías no estarían más llenos de huídas y las cervezas en los bares porteños dejarían de ser excusa anticuada para correr a lo seguro.
Aquella mañana se levantó primero, como siempre (nunca lograba dormir realmente en la casa de sus amantes), agarró las llaves apoyada en una confianza que, sabía, no tenía y salió en búsqueda de facturas y el  diario. Dejó un cartelito por las dudas y caminó 4 cuadras hacia el punto cardinal en el que el sol no le nublaba la vista, buscando, aunque sin demasiada preocupación ni atención a su alrededor. Avanzó con paso lento, casi danzante, hasta toparse con una panadería y un quiosco, bien de barrio, atendido por un encorvado hombrecito de piel y lanas blancas que le sonrió cuando ella le pidió, amigablemente, “el Página, por favor“.
Cuando terminó sus recados, con las dos manos ocupadas caminó rápidamente las cuadras de vuelta atacada por una ansiedad e inseguridad de esas que cíclicamente la envolvían cuando se entusiasmaba con algo. Llegó, entró despacito, dejó la bolsa sobre la mesada y se asomó a la cocina, encontrándolo a él en boxers, al lado de la pava y soplando el polvo de la yerba de la palma de su mano. “Traje facturas“, le dijo casi tímidamente. Se sonrieron.

El desayuno lo pasaron junto a un grandes éxitos de Charly –elegido arbitrariamente por grooveshark–, leyéndose las noticias que les importaban, ramificándose con cada una en todas las direcciones que podían y mirándose en silencio, en el más confortable silencio. Parecían sentir el peso del tiempo que habían perdido por no conocerse antes, parecían querer saltearse todo aquello y amarse con locura en ese instante preciso, en ese ahora, en ese ya.

Cuando se fue, tuvo la necesidad de caminar sola –sola y abrigada: la fantástica sensación del abrigo justo– bajo el sol que calentaba muy suvamente el asfalto de esa tarde casi invernal. Después de un rato,  el peso de sus piernas decidieron recordarle la noche anterior de fiesta y el descanso entrecortado, por lo que decidió frenar; se  paró en una esquina, respiró, dejó pasar algunos semáforos y cruzo en dirección y a paso decidido hacia el famoso bar de los dos apellidos: “Sánchez y Sánchez“. Había pasado cientos de veces y nunca había prestado mayor atención, pero en ese momento la comunión de dos calles iguales pero distintas y su explosión en un grupito de mesas de ésas que sirven de excusa para charlas o pensamientos infinitos la conmovió exageradamente.

No tenía hambre, ni sed, ni nada, pero igual pidió como siempre: una lágrima y una medialuna, y el diario.

Dejó Clarín de lado, agarró La Nación, eligió el suplemento de cultura, lo abrió, y sus ojos se vieron inundados por el color.

Alguien preguntaba: “¿Acaso necesitamos algo más para ser felices?“
y alguien respondía: “Que dure“.


15 de julio de 2012

ser es no saber

“La vida son muchas cosas“, me dijo una noche y sólo así entendí que ya no compartiríamos sus cigarros por la mañana ni mis mates por la tarde desparramados en sus sábanas siempre revueltas. Se había escapado de mi tiempo y yo no había hecho nada por sostener; no sé construir, pensé, pero no me creí. Yo también sentía por esos días la sensación de no poder abrazar, de no alcanzar, de la falta eterna. Pero la falta es deseo, me consolaba, y entonces seguía buscando esperando, en el fondo -muy en el fondo-, no encontrar demasiado.
Una mañana me levanté con los pies fríos y una sensación de incomodidad de esas que hacen que una quiera salirse de sí misma para sentirse a gusto con la vida, con el cuerpo, con el ser, pero que a la vez piden a grito la contención propia, no con pena ni melancolía, sino con fuerza luminosa. Esa mañana elegí un desayuno con cerales, por encima de los acostumbrados matescontostadas, y por primera vez en mucho tiempo no encendí la radio, para escuchar el sonido del barrio matutino desde la ventana. El crujir de los cereales entre mis dientes me aturdía más que nunca y el silencio de la habitación, invadida por apenas un rayito de sol que lograba sortear los tejados y la copa de los árboles, me llenaba de soledad, de la más confortable soledad. Por un instante sentí no necesitar nada más, nunca más.

Pero llegó el mediodía, el encendido de la radio, el timbre de alguna venta callejera, el mate junto al estudio de las palabras de Artaud y Fitzgerald y entonces sonó el celular, había llegado un mensaje, y sonó fuerte porque la noche anterior había estado en un bar y necesitaba escucharlo, sonó fuerte y me aturdió, como los cereales, sonó y lo agarré y lo abrí y era él, y decía

no sé hasta dónde creo en todo lo que digo. me regalo el beneficio de la duda. 
pero esta mañana quise que vinieras a compartir las muchas cosas de la vida conmigo,
¿venís a dudar conmigo?

3 de mayo de 2012

No te alejes tanto de mi

Me estaba empezando a extrañar cuando me reencontré.
Con el invierno llego, pensé, aunque con la primavera algunas veces me voy. Otras me pierdo un poquito pero vuelvo a tiempo, cuando lo demás está por cruzar la puerta pero todavía me espera al grito de “¡Dale, apurate que llegamos tarde!“. Cuando zafo de contestar compulsivamente que no hay apuro mientras calmo el caminar (soy adicta a repetir insoportablemente eso de que “tengo tiempo para saber si lo que sueño concluye en algo“) aprieto el paso y alcanzo. Si no, espero y entonces sigo sola, por elección. Otras veces llego tarde, y entonces la rabia me inunda, por la frustración, por el dejar pasar, por el no poder sacar; ahí el tiempo es otro, no es el de la puntualidad, el del apuro o de la presión sistemáticamente jovial, es el tiempo del deseo, del reconocimiento, del encuentro con la propia pulsión de felicidad, de placer.

Siempre supe que había algo en las distancias que marcaban con fuego las llegadas.

Cuando iba a la escuela primaria, ubicada a tres cuadras de casa, llegaba siempre tarde. La cercanía me daba una seguridad ridícula que me llevaba a pasarme de confianzas y terminar entrando varios minutos después del horario oficial. Mis compañeros que viajaban entre media y una hora en autos o colectivos, en cambio, llegaban siempre temprano. La inseguridad que imprime la distancia los hacía prever, no dejar, estar atentos y llegar a tiempo, lo que además y por cierto los llenaba de esa confianza que al principio parecían no tener. El círculo les cerraba.

Yo todavía necesito ponerme dos despertadores para no quedarme dormida, aunque a veces cuando duermo con él me paso la noche en vela. Yo todavía preciso de mucha voluntad para no flaquear justito en el momento que tengo que salir de casa para empezar mi día con todas sus actividades y migraciones de barrio en barrio, aunque en mi día libre miro contínuamente el celular o los emails esperando la primera invitación al exterior. Yo siempre quise tener una motito y manejar mi velocidad a gusto, incluyendo aceleraciones y pausas, coleadas y frenadas imprevistas, aunque a veces hasta la bici me da cierto vértigo desafiante.

En realidad, yo quise que este blog nunca tuviera una entrada tan personal como ésta, pero acá estoy, reencontrada y sobreexpuesta, como una imagen quemada en una cámara a la que se le rompió el fotómetro para siempre, y que entonces busca conocerse a fondo, sin marcas, en un puro equilibrio sensorial.

23 de marzo de 2012

apertura anal es apertura mental




una pequeña descarga ante tanto pacatismo y heteronormatividad y aburrimiento y moralina medieval.

(si no puedo bailar, no es mi revolución)


27 de febrero de 2012

un Flaquito en mi placard




En el último mes, todas las veces que escribí te escribí a vos, todas las veces que lloré te lloré a vos, todas las veces que soñé te soñé a vos. No paro de extrañarte y no es que me haga bien esta especie de obsesión sentimental, pero de alguna manera se trata de un largo exorcismo para volver a ser feliz con tus acordes y tus poesías sin que se me anude el pecho de insoportable tristeza.

Ayer me contaron algo que nunca había tenido en cuenta y que resultó obvio en el relato, aunque demasiado intenso en la sensación. Y resultó ser que esa habitación del barrio de Urquiza en la que pasé múltiples noches de placeres y pasiones, y más mañanas aún de desayunos a la escucha de tus más grandes obras, resultó ser que esa habitación estaba casi pegadita a la tuya, en el lado B de la calle Iberá. Y no es que no supiera que tu casona era sobre esa calle, pero es que jamás necesité acercarme a buscar un signito spinetteano en esas paredes, porque todo lo que me diste (sí, me diste) está tan adentro, tan plantado que no necesité nunca de una prueba externa para asegurarme.
Pero hoy, que te extraño, pasé y busqué –sin saber en realidad bien qué–, un pedacito de tu alma de diamante clavado en alguna de esas paredes desconocidas, jamás observadas. Llegué a un portón azul, despintado por el sol, y hallé, descubrí, casi como en un acto de arqueología, unos trocitos de cinta de papel aislados, que supuse pertenecerían a cartas que la gente se acercó a regalarte muchos días antes de que yo me animara siqueira a buscar.

Ahora, que me imagino de manera fantasiosa tu descubrimiento en alguna mañana porteña, a través de la delgadas paredes prefabricadas, de dos amantes compartiendo tu arte en sus sábanas, me siento un poco más cerca, casi como más comprendida, menos sola, compartida en un código de libertad que no había sentido tan claramente y que ya no quiero olvidar ni renunciar.

Ahora, que te extraño tanto, te siento un poco más parte de mí, en lo más profundo, en el áurea misma de tu sexo.

Por alguna razón, sin sentido y egoísta, ahora te quiero más.

18 de febrero de 2012

y ver así la flor nacer

Antes de decidir que eso de festejar los quince no iba conmigo, decía que esa noche iba a entrar con Quedándote o yéndote, un vestidito batik y los pies descalzos.
La fiesta no fue, aunque los pies descalzos sí y las caminatas en los bosques junto a su música acompañaron todos mis viajes, los reales y los otros.

Este verano me llené de verde. Y me acordé de Charly y aquella frase que desde un principio me conmovió: “si fuera un árbol, sería un Spinetta“.
Yo ya lo soy.

13 de febrero de 2012

Quedándote o yéndote


No creo en casi nada. Ni en la reencarnación, ni en la elevación del alma, ni en el más allá. No creo en el después, aunque creo en el mañana, ese
mañana que -él me enseñó primero- es mejor. Pero el mañana suele acercarnos a ese después en el que no creo, del que desconfío, y entonces aparece el miedo y la incertidumbre y la frustración de no saber, o peor, de no controlar.


Es mentira que no lo esperaba, pero no lo aceptaba. Cuando mi amiga Almen me lo contó hace 5 meses, y cuando Bruno me confirmó lo mismo pidiéndome la discreción que la familia buscaba, no hice más que calmar mi ansiedad con una infundada esperanza, o negación, buscando que la fuerza de mis deseos se hicieran carne, luz, final feliz. Ese día que me contaron y confirmaron me pasé la noche escuchando Estrelicia, repitiendo incansablemente Durazno sangrando y llorando, llorando de miedo, de puro miedo.

Cuando llegaron las malas nuevas, el acoso mediático, la internación, la carta, fantaseé más de una vez con el momento jamás deseado y sólo pedí para mis adentros estar en ese instante junto a la gente que necesitara. No me salió.

Caminaba de vista a las sierras cuando la radio de un vecino me dio la noticia: “...el músico era padre de cuatro hijos, Valentino, Dante...“. Grité un No ahogado que un perro callejero alcanzó a oir y me sostuve el pecho con las manos mientras del teléfono celular me llamaba mi amiga Aye, desde Río Negro. Me acabo de enterar, necesito sentarme, te hablo después, le dije casi sin aire, con la garganta cerrada y las piernas flojas. Me senté en el cordón, frente a un auto donde un tipo parecía escuchar atentamente algo que sonaba adentro. Pensé que sería lo mismo que yo había escuchado; no cabía otra cosa en ese momento, en el universo entero; el mundo se había parado. Al instante me llamó Cami y los mensajes de texto empezaron a llover, dándome la noticia o compartiendo la tristeza. Corrí tres cuadras, llegué, lloré durante una hora desconsoladamente, como una nena, casi sin poder respirar.

Cuando las chicas también llegaron hubo silencio. Cocinamos, tomamos unos cuantos fernets, fumamos todo el porro que pudimos para amortiguar el dolor que sangraba como nunca, el carozo en plena ebullición. Subimos al Cerro de la Ventana para estar más cerca, se lo ofrendamos al mar para que la sal curara las heridas, lo buscamos en los cantos de las gaviotas al atardecer y en el sol que elegía la misma playa para ponerse y para amanecer. Mar aquí, mar allá.

Yo nunca había tenido tantas ganas de estar en la ciudad. Nunca.

Hoy volví y Buenos Aires me pareció más vacía que de costumbre. Subte, colectivo, avenidas y andenes, todo desolado, o gris, o fuera de foco. Poco grito, poco murmullo. No encontré la muchedumbre que tanto me hastía durante el año. El Flaco nos dejó un poco más solos que antes, pensé. Bastante.

Un pedacito de mí se fue el miércoles pasado y todavía no sé cuándo voy a cicatrizar.

Buenos Aires me pareció más vacía que de costumbre.
O quizá, simplemente más triste.