11 de octubre de 2012

Posadas recibió al 27° Encuentro Nacional de Mujeres


Van 27, me digo y me recuerdo (y me reafirmo a mí misma en esa afirmación) mientras pienso en el modesto alcance que imaginaban aquellas que participaron del tímido primero. Van 27, me digo y me reafirmo mientras pienso en aquellas que imaginaban tantos de los triunfos que hoy celebramos en alegre rebeldía. Van 27, me afirmo, orgullosa, y me ilusiono entonces con la idea de ver tantas de nuestras luchas plasmadas en logros concretos el día de mañana, o dentro de un rato, o ahora mismo, por qué no. Porque los Encuentros Nacionales de Mujeres son un logro en sí, en su simple realización, en su simple ser, existir; se critica que no sean resolutivos, que no busquen el posicionamientos político-partidario, que no se vote, que no se jerarquice. Pero es que no son nada de eso.

Es difícil explicar -conpalabrasdeestemundo, diría Alejandra- lo que se vive en estos espacios. Es todo tan rápido y tan intenso que la emoción más profunda a veces empieza a llegar horas después del arribo a la ciudad o pueblo de cada una, en la vuelta a la cotidianidad, al barrio propio, a las gentes y actividades de nuestras vidas corrientes. Quizá recién ahí podemos empezar a bajar todo lo que vivimos y reflexionamos en tan corto tiempo, para entonces sí cosechar un fruto palpable que nos permita empezar a cambiar nuestras vidas en nuestros espacios de lucha y construcción, en nuestros territorios.

“Algo cambia en cada mujer que participa“ es el acertado slogan desde hace años, junto con “El Encuentro somos todas“, un claro manifiesto de pluralidad y diversidad no tan fácil de encontrar en los espacios políticos del mundo entero. Y es que en los Encuentros están las troskas, las kirchneristas, las anarquistas, las independientes, las organizadas, las individualistas, las que no saben mucho de qué la va, las que marchan en tetas, las que marchan en tacos, las profesionales, las intelectuales, las que no terminaron el colegio, las militantes, las no militantes, las católicas, las herejes, las casadas, las solteras, las madres, las hijas, las embarazadas, las que abortan, las que no, las argentinas, las latinoamericanas, las indígenas, las mestizas, las trotamundos. Y entre todas los encuentros se llenan de magia y energía y una pulsión de lucha que, me animo a decir, pocas veces se ve de manera tan concentrada e intensa.



Pasa volando: tres días de vorágine corporal y mental. Apertura, talleres, festival en la plaza, dormir poco,  talleres nuevamente, charla de mujeres latinoamericanas, siguen los talleres, redacción de conclusiones, marcha, peña final, acto de cierre, alección del próximo destino por aplausómetro y vuelta al hogar. Y aún en ese ritmo frenético, desde el principio y contínuamente aparecen los balances; se piensa, se reflexiona, se cuentan cosas que quizá no se contarían en ningún otro contexto. La comodidad, la confianza, la plenitud incomparable se vive desde el principio. Somos más nosotras que nunca. 

La marcha es un capítulo aparte. Para muchas es el climax del encuentro. Es el descargo total, es la comunión final, la alegría, la caminata, los saltos, los cantos y, finalmente, la rabia desatada a esa institución que encarna el origen de todos nuestros males: la iglesia católica. Todas las marchas confluyen en la Catedral, donde esperan varones encadenados con sus brazos rezando el padre nuestro para liberarnos a nosotras de todos nuestros pecados de brujas locas y malas... o quizás quieran liberarse ellos mismos de los suyos, quién sabe. A veces nos esperan con una valla policial en el medio; otras no, y entonces la lucha cara a cara se hace más carne que nunca. Se sienten los restos medievales de una cultura que parece olvidada pero que está más viva que nunca. Les gritamos, los acusamos, “ustedes se callaron cuando se las llevaron“, esquivamos sus cabezas para encontrarnos con sus hembras, ubicadas siempre por detrás, para invitarlas, al grito pelado de furia e indignación: “mujer, escucha, ¡únete a la lucha!”. El padre nuestro aumenta el volumen a medida que vuelan aerosoles, chicas besándose y pezones revoloteando las escalinatas. Chorreamos rabia, estamos rabiosas, y nos encanta, porque eso es la lucha, ya habrá tiempo para pacifismos y tolerancias, hoy no, es violento, pero violencia... violencia es el aborto ilegal, la trata de mujeres, los mandatos sociales, las imposiciones, la opresión. Violencia... es mentir.

De vuelta en los micros todo es intercambio, ¿cómo te fue en el taller?, ¿se debatió?, hubo bardo, estuvo tranqui, llegamos al consenso, no llegamos, me pasé contacto con tal, pensamos en hacer esto, reflexionamos aquello. Los cuestionamientos sobre nosotras mismas y nuestras prácticas no cesan, se nos quedan tatuados sin dejarnos escapar, nos obligan a seguir pensándonos incansablemente. 
Porque como hace 27 años, los Encuentros son un espacio único e inexplicable. Un espacio que sorteó gobiernos, leyes, crisis económicas, que se realizó durante años en el Día de la raza y que ahora se realiza en el Día de la diversidad cultural. Un espacio que lucha y se nutre de los cambios que nosotras mismas motorizamos. Un espacio que una vez que conocés, ya no querés abandonar nunca más.

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