2 de mayo de 2011

marzo

hoy me encontré con esa que pensé que ya no era.
y me encontré, todavía, en esas extrañas, extremas y no tan ciertas palabras.
(aunque cómo juzgar su veracidad a la distancia)
pero me encontré ahí, donde ya no quiero encontrarme.
entonces las suelto, para que no vuelvan, para soltarme yo también, para volver yo, para volver a mí.
vuelvo al rock, y también a los discos de bowie.
vuelvo al lápiz, a lo táctil, al jugo a medianoche.
y que la escritura duela, un poco.



Dije un 2 de marzo de 2010:

falta de sensatez o negación total,
conformismo o invasivo miedo,
falsa felicidad
o verdadera.

y escuchás aunque no te hable y hablás aunque no te mire y creés aunque no exista,
o aunque no existas.


temés pensar en esa noche como la última noche y buscás la perfección para que el final sea de cuento de hadas, hasta que te acordás de que a vos no te gustan los cuentos de hadas, pero ya es demasiado tarde para cambiar el rumbo y el final será como en un cuento de hadas y entonces que no sea el final.
entonces que la próxima sea el final.
Otra vez, otra próxima,
otra próxima que se promete perfectamente imperfecta, anticipadamente imperfecta,
y entonces
seguís.

1 de mayo de 2011

Respirar la historia

Es más espacio que densidad, y sin embargo pesa respirar. El Parque de la Memoria, sobre la Costanera Norte y a metros de la Ciudad Universitaria, recibe a sus visitantes con puertas, cielos, historias y heridas abiertas. A simple vista es gris y es frío, pero también es verdad y es luz. Es silencioso y tranquilo, y entonces el río hipnotiza con su danza y con su sonido, buscando gritar (tantas veces grita el agua) las cosas que en la tierra callamos. Grita, además, porque tiene aire, porque no hay grito sin respiración y porque no hay historia sin pulmones que la reclamen.
Por los caminos internos se pasea un grupo de guardapolvos blancos que oye el relato que el viento y su maestra le tienen preparado. Pienso en lo interesante que hubiera sido realizar excursiones de ese tipo durante mi escuela primaria –también pública–, en lugar de tantas otras salidas inútiles, pero recuerdo que eran tiempos de indultos, obediencia debida y punto final, y no había espacio para revisiones de ningún tipo.



Mientras el camino avanza, señalizado por carteles que recuerdan a modo de “PARE“ la precarización laboral, el cierre de fábricas, la guerra de Malvinas y la estatización de las deudas –entre muchas otras cosas–, los aviones que salen de Aeroparque llenan y perturban los oídos por algunos segundos, haciendo llevar casi inconscientemente la mirada hacia el río, donde está la escultura del joven Pablo Miguens de cara al horizonte. Miguens tenía tan sólo 14 años cuando se lo llevaron de su casa, y fue uno de los arrojados en estas costas. Por eso, aquellos “vuelos de la muerte“ se sienten en la piel, en ese vibrar de turbinas imparables que pasa efímero pero decidido, una y otra vez, provocando la vista hacia arriba en cada oportunidad. Paradójicamente, al rato, uno logra acostumbrarse y prescindir de esas repetidas observaciónes.

En el centro espera el muro. Gris, en forma de zig-zag y por momentos muy alto, está sostenido por treinta mil ladrillos que guardan las identidades de los treinta mil desaparecidos. Sin embargo aún faltan nombres que tallar en bloques que permanecen vacíos, a la espera de la desclasificación completa de todos los archivos de la dictadura.
El muro golpea, pero también pide el abrazo. Como hundido en la tierra, en una fisura que no termina de cicatrizar, la pared se separa de quien la mira por una especie de pendiente en donde se ubican las luces que lo iluminarán por la noche. La historia se vuelve tan físicamente palpable que si alguien quiere acercarse a sentir su temperatura, su olor o acariciar algún nombre, debe bajar ese pequeño escalón, debe hundir un pie en la representación de ese lodo, donde hoy se hacen su lugar los pequeños focos de luz. Entonces la respiración vuelve a hacerse espesa y a buscarse poderosa, para llenarse de oxígeno y poder seguir caminando los nombres, sin ahogo, que sin voz no hay salidas y sin pulmones no hay historia.
Los nombres están ordenados por año, y algunos años son y se hacen más largos que otros y a veces uno empieza a desear que terminen, mientras aprieta dientes y pasos. Se avanza leyendo esos nombres y edades, casi al azar, y aparecen Conti, Falcone o Rodolfo Walsh, y aparece aquella “Carta abierta de un escritor a la Junta“, y aparece ese nudo en el pecho recordando el 25 de marzo del ’77 que se lo llevaron, como a tantos, y aparecen tantos.



Se puede estar unos veinte minutos caminando los nombres y unos cuantos suspiros más pensando las historias de cada treintañero, embarazada, estudiante secundario o ladrillo no inscripto que habitan en el muro. Pero al salir todo vuelve a parecer puro espacio, amplio, casi vacío. Por momentos el Parque da una extraña sensación de no conclusión, o de cambios recientes o contínuos o de una idea en el aire que no termina de cerrar. Quizás es forzado, o una mala interpretación. Quizás es diseño. O quizás es que el Parque, como la historia –como nuestra historia– nunca termina de cerrarse, nunca termina de leerse. Porque aquella es también la de hoy y la de mañana, porque la construcción es un camino eterno y porque sin pulmones no hay, no puede haber historia. Entonces, llenar nuestro pecho de aire –del puro– y nuestros pasos de callos –de los buenos– y entender, y seguir, y respirar y exhalar y volver a respirar, para siempre.



*crónica para el taller de Crónica Periodística en Mu - La Vaca, a cargo de Claudia Acuña

5 de abril de 2011

Yo, feliz

no escribo y le echo la culpa al no–desamor,

¿será que hay que elegir entre
ser feliz y no escribir más que notas de “Fui a...vuelvo a las...“,
o vivir en tristezas y llegar al podio de la poesía?

alfonsina,
alejandra,
plath,
todas melancólicas, todas en finales trágicos.

Rimbaud dijo “yo es otro“,
Dylan dice I'm not there,

yo me pregunto quién-
qué-
quiero ser.

16 de marzo de 2011

De las plumas más humildes (*)

(*)http://www.youtube.com/watch?v=k4sp_0ZUv8w



Su poesía es tan dura como sensible. Tan real como soñadora. Le escribe al encierro como a la noche y a la libertad como al amor. Su hoy parece todo sol, pero sigue viajando entre atardeceres y madrugadas buscando las estrellas que todavía no brillan, buscando en lo áspero la sensación de vida, de aquello por hacer.
Camilo Blajaquis (seudónimo de César González) es un joven poeta que se reconoció como tal mientras cumplía una condena de 5 años en una celda carcelaria. “Si viniera un extraterrestre a estudiar cómo vivimos en la Tierra, seguramente diría: 'Mirá qué boludos, se encierran entre ellos'“, bromea casi morbosamente, al tiempo que explica la famosa paradoja de que los grandes criminales se paseen de traje por el mundo mientras los penales están llenos de pobres. A Camilo las reflexiones se le salen de a borbotones por los poros y, aunque intenta frenarse con reiterados “Bueno, lo dejo acá...“, continúa poniendo en palabras propias y sencillas los más complejos conceptos de Foucault o Deleuze. El academicismo bajado a la tierra resulta un gesto casi natural en su expresión, seguramente envidiable para gran cantidad de referentes del mundo intelectual.

Habla de la moral burguesa, de la televisión basura, de su barrio. Sabe por qué pasan las cosas, por qué estuvo donde estuvo, por qué cada persona ocupa el rol que ocupa. Se pasea por argumentos anarquistas y socialistas, haciéndolos convivir en sana contradicción. Por momentos parece un niño, pero sólo por momentos. Quizás sea la combinación exacta entre la madurez militante y la honestidad infantil. Quizás sea que la transición del niño al adulto le sucedió en un mundo que no distingue etapas, subjetividades o individualidades.

Sin embargo, Camilo no busca presentarse como el “villerito tierno que se recuperó“ (sic). Camilo es un poeta que tiene una historia –todos los poetas tienen sus historias– y que además tiene un presente, en este caso diferente a su pasado, al cual exprime literaria, filosófica y empíricamente.

Punto.
Es que esa afirmación es tan verdadera que me incomoda, me interpela, me hace preguntarme, entonces, por qué estoy ahí, en la presentación (o despedida, como la llamó él) de su libro, o por qué no estoy en otra, si tan sólo leí algunas poesías y escritos en su blog, si tan sólo lo escuché alguna que otra vez en entrevistas radiales donde hablaba más de su vida que de su escritura.
Me lo pregunto y no sé, o no quiero saber, o es que aprendí a convivir con una duda constante frente al mundo, y sobre todo frente a mí.
Entonces, casi sin más remedio, me quedo en silencio. Porque hoy, el que tiene la palabra, el artista, el poeta, es él.
Y de verdad es bueno.



Leelo: http://camiloblajaquis.blogspot.com/