13 de febrero de 2012

Quedándote o yéndote


No creo en casi nada. Ni en la reencarnación, ni en la elevación del alma, ni en el más allá. No creo en el después, aunque creo en el mañana, ese
mañana que -él me enseñó primero- es mejor. Pero el mañana suele acercarnos a ese después en el que no creo, del que desconfío, y entonces aparece el miedo y la incertidumbre y la frustración de no saber, o peor, de no controlar.


Es mentira que no lo esperaba, pero no lo aceptaba. Cuando mi amiga Almen me lo contó hace 5 meses, y cuando Bruno me confirmó lo mismo pidiéndome la discreción que la familia buscaba, no hice más que calmar mi ansiedad con una infundada esperanza, o negación, buscando que la fuerza de mis deseos se hicieran carne, luz, final feliz. Ese día que me contaron y confirmaron me pasé la noche escuchando Estrelicia, repitiendo incansablemente Durazno sangrando y llorando, llorando de miedo, de puro miedo.

Cuando llegaron las malas nuevas, el acoso mediático, la internación, la carta, fantaseé más de una vez con el momento jamás deseado y sólo pedí para mis adentros estar en ese instante junto a la gente que necesitara. No me salió.

Caminaba de vista a las sierras cuando la radio de un vecino me dio la noticia: “...el músico era padre de cuatro hijos, Valentino, Dante...“. Grité un No ahogado que un perro callejero alcanzó a oir y me sostuve el pecho con las manos mientras del teléfono celular me llamaba mi amiga Aye, desde Río Negro. Me acabo de enterar, necesito sentarme, te hablo después, le dije casi sin aire, con la garganta cerrada y las piernas flojas. Me senté en el cordón, frente a un auto donde un tipo parecía escuchar atentamente algo que sonaba adentro. Pensé que sería lo mismo que yo había escuchado; no cabía otra cosa en ese momento, en el universo entero; el mundo se había parado. Al instante me llamó Cami y los mensajes de texto empezaron a llover, dándome la noticia o compartiendo la tristeza. Corrí tres cuadras, llegué, lloré durante una hora desconsoladamente, como una nena, casi sin poder respirar.

Cuando las chicas también llegaron hubo silencio. Cocinamos, tomamos unos cuantos fernets, fumamos todo el porro que pudimos para amortiguar el dolor que sangraba como nunca, el carozo en plena ebullición. Subimos al Cerro de la Ventana para estar más cerca, se lo ofrendamos al mar para que la sal curara las heridas, lo buscamos en los cantos de las gaviotas al atardecer y en el sol que elegía la misma playa para ponerse y para amanecer. Mar aquí, mar allá.

Yo nunca había tenido tantas ganas de estar en la ciudad. Nunca.

Hoy volví y Buenos Aires me pareció más vacía que de costumbre. Subte, colectivo, avenidas y andenes, todo desolado, o gris, o fuera de foco. Poco grito, poco murmullo. No encontré la muchedumbre que tanto me hastía durante el año. El Flaco nos dejó un poco más solos que antes, pensé. Bastante.

Un pedacito de mí se fue el miércoles pasado y todavía no sé cuándo voy a cicatrizar.

Buenos Aires me pareció más vacía que de costumbre.
O quizá, simplemente más triste.

3 comentarios:

hernan dijo...

Puta madre, estaba empezando a volver a mirar el mundo sin esa turbidez que producen los ojos enrojecidos, y aquí estoy otra vez lagrimeando como un pelotudo. Solo me alegro no haber tenido que cargar tantos meses con la noticia, aunque me identifico: cuando lo internaron yo estaba en Mendoza y sentí que necesitaba el aire imposible de la ciudad más que nunca. Abrazo del alma, aunque no te conozca, creeme que bien de adentro del alma.

Miriam Eme Eme dijo...

Si, hay que exorcisar noticias tan tristes. Abrazo, Carolina.

PABLO MARTÍN dijo...

Te quiero mucho, yo también estoy desolado y no paro de escucharlo.
"No te olvides de mí, de tu Gricel"
LLoro mucho.