Cuando mueren ídolos populares y unx se encuentra en calles desbordadas de agradecimientos u homenajes es imposible no pensar si la persona en cuestión tendría dimensión real de eso que provocaba.
Cuando mueren genocidas y personajes repudiables como éste pasa un poco lo mismo: pensamos que ojalá vieran el poco amor que sembraron, el odio que despiertan, la soledad con la que se van.
Te llevaste muchos secretos pero te moriste bien condenadito y en cárcel común. Festejo tu prisión, yo, que no festejo la prisión de nadie.
Y te moriste viendo crecer ese país de subversivos que tantas arcadas te daba, viendo reaparecer eso que quisiste desaparecer; te moriste fumándote cada uno de los abrazos entre abuelas y nietos, entre madres e hijos, cada sonrisa de cultura popular, cada transformación, cada bajada de cuadros, cada nueva condena, cada calle ganada. Te moriste y el mundo se libró de volver a escuchar tus inmundicias, nunca más. Nunca más.
pequeñas partecitas de mi que escapan de la pecera de lo privado, para explotar en lo flotante de esta (des)comunicación virtual. (o algo así)
17 de mayo de 2013
14 de marzo de 2013
Sin clientes no hay Papa
Decía Galeano que
cuando Zitarrosa murió
llegó al cielo y se
puso a cantar.
Y entonces Dios no
supo quién era Dios.
Iba en el 19, cruzando justo esa intersección que une
las calles Estado de Israel y Palestina (en un supuesto gesto de hermandad, aunque
Israel sea el “Estado de“ y Palestina, simplemente, “Palestina“) cuando la
radio me contó la novedad: “Acá no la podemos creer“, adelantó el locutor a
modo de advertencia. Y lanzó: “¡Un Papa argentino!“. Yo, que venía dejando rebotar,
a veces suave, a veces violentamente, mi cabeza contra la ventanilla, casi
dormida en ese atardecer inesperadamente frío, me incorporé de un salto y escupí
un insulto por lo bajo mientras me frotaba el cuero cabelludo. Mañana voy a tener un chichón, pensé, golpe doble duele el doble. Saqué el
celular, marqué algunos números, mensajeé a mis íntimos y busqué, sin éxito, la
mirada cómplice en los asientos más cercanos. Fracasé: atardecía sobre el colectivo
atestado de gente y yo acababa de quedarme sola. Se viene la ola de
patrioterismo papal, me dije. 'Tamos fritos.
No me hacía falta recordar quién era él. No me hacía
falta ir al archivo, buscar notas o audios o alguna declaración institucional.
En lo más alto de mi pesimismo, no tenía esperanzas. El símbolo puede más que el
signo, la historia a veces puede más que los nombres propios y aunque tantos quieran
olvidar, por suerte muchos tenemos memoria y si no la tenemos la buscamos. Ya
aprendimos a buscar.
El primer papa latinoamericano, dos semanas después
de la muerte del Comandante Chávez, reafirmé incrédula varias veces. Y por un
instante me hundí en ese cercano recuerdo: la cadena nacional, el anuncio jamás
esperado y la invasión de un sentimiento exagerada y ridículamente romántico;
el de saberme ya extrañando su voz, sus extensos discursos y sus gritos
tribuneros. “Alca: ¡al carajo!“. Sonreí vagamente y repetí: habemus el primer papa latinoamericano. Al
carajo lo demás. Mejor ir acostumbrándome a esta
voz.
En el 19, la gente festejaba la elección del
pontífice. El termómetro nacionalista estallaba en esas sonrisas que se entregaban
dulces y amables, acompañadas por las
vastas miradas de quienes diariamente no
se animan a subir la vista ni siquiera para responder si bajan en la próxima
parada, pero que ahora parecían abrazarse con las pupilas. Yo descendí mordiéndome los labios de bronca, me
encontré, como habíamos acordado, con mi amiga Camila y nos fuimos a tomar mate
al bar El Quebracho, en el corazón de Almagro.
Cuando entramos pedimos un termo, cebamos el primero,
fuimos a que nos recalentaran el agua (somos argentinas y, aunque el
nacionalismo nos tenga muy a un lado, a nosotras con mate tibio no) y hablamos
de redoblar luchas y de quemar iglesias –como siempre un poco en chiste y un
poco en serio– mientras veíamos las imágenes del corresponsal divino, Eduardo
Feinmann, rebalsado de oscuro orgullo medieval.
¿El aborto, la separación de la Iglesia del Estado, la educación pública y
laica? Se complica, sí, pero ¿qué lucha no es complicada? Sabemos que no hay
salida sin batalla y que no hay historia sin pulmones que la reclamen.
Las mesas de alrededor también desbordaban sonrisas
frente a la mueca del empapado Feinmann; yo le di la espalda al televisor y Camila
se censuró seguir mirando para que el mate no le diera acidez. Pedimos recargo
de yerba, vaciamos otro termo y, cuando terminamos de despotricar y concluimos,
casi a modo de consuelo, que sería más de lo mismo, quizá más intenso, quizá un
poco más solas, pero lo mismo al fin, pudimos entonces aquietar la respiración
y bajar la voz, hicimos un silencio y, justo cuando temíamos volver a escuchar
al iluminado periodista en el canal de noticias, el camarero se acercó, apagó el
televisor y encendió el equipo de música. Sonó entonces la voz del maravilloso
Alfredo Zitarrosa.
Con Camila nos miramos, intensas.
Ahora sonreíamos nosotras. Y se sabe: quien ríe
último, ríe mejor.
7 de marzo de 2013
Acá nadie se rindió
Me pasa que no me puedo salir de mí para hablar de él. Y todavía no siento tristeza, siento bronca, rabia, capricho por esta suerte de mierda que corren algunos mientras otros viven 100 años y terminan sus días al calor de un hogar reluciente de oro y sangre.
Pero no me puedo salir de mí, porque ayer, mientras veía la Cadena Nacional, la primera, la anterior a la que anunció eso que no queríamos escuchar nunca, ayer mientras escuchaba a Maduro expulsar a David del Mónaco de Venezuela, mientras lo escuchaba, una vez más, denunciar las conspiraciones imperialistas y llamar al pueblo a levantarse en lucha, a “cerrar filas“, a no bajar los brazos, ayer mientras la ilusión se nos iba apagando y empezábamos a pensar en un mundo sin Chávez, ayer en ese momento preciso extrañé su voz. Me pareció ridículamente romántico, exageradamente simbólico, pero el sentimiento se me salió por los poros y me dolió pensar, casi que saber, que ya no pasaría horas seguidas frente a la caja boba emocionándome (y riéndome) con sus discursos.
Ayer no me pude salir de mí. Salí a la calle a dar mi apoyo al pueblo venezolano en la Embajada, me emocioné y me abracé con ellxs, que también son nosotrxs, me encontré con mi gente, esa que siempre está acá, acá, cerquita, de este lado, haciendo la misma ruta, esa larga ruta que recorre toda nuestra Latinoamérica, y nos fundimos todxs en miradas vidriosas, puños levantados y rodillas en tierra. No me salí de mí, canté por él, canté por Fidel, pensé en mis días en La Habana, esos que me hicieron sentirlo más cerca y fuerte que nunca, esos que me hicieron aprender a CONFIAR en un pueblo formado y comprometido, esos que me calaron más hondo que nada nunca jamás y que me cambiaron para siempre.
No me salí de mí, porque no pude, y porque no hizo falta, porque su guía ya está tatuada en cada uno de todos los que soñamos con una patria grande, unida, sin fronteras, justa y feliz para todos. Para todos los que todavía creemos en la lucha por el socialismo, y que no nos ponemos colorados cuando hablamos de revolución, y si nos ponemos colorados es de pura rabia, puro calor de ese que motoriza nuestras batallas, nuestro activismo. Para todos, y para todas, porque como dijo el Comandante: "Un verdadero socialista, tiene que ser feminista, si no, algo le falla...".
7 de febrero de 2013
Andando
Viajábamos empolvados en un carro del '50 hacia nomeacuerdodónde mientras hablábamos sobre nuestros veranos de niñez, cuando caímos en la cuenta de que todos habíamos aprendido a caminar afuera de nuestras ciudades natales.
“Será por eso que nos gusta tanto viajar“, dijo uno, y los demás nos miramos satisfechos en nuestra cómplice alegría. Yo pensé en Giraudoux y en su idea de que el sentimiento de libertad humano más acabado es el de seguir el curso de un río caminando lentamente. También me acordé de Atahualpa, que decía que el camino, el viaje, se compone de infinitas llegadas, y que es necesario realmente andar las rutas, andar los caminos, para que algo madure en ese recorrido: ''algo que ayude al fruto''. Otro de por allá, de donde vengo, supo cantar que al final del viaje hay que partir de nuevo, siempre en plena luz, y entonces elegí cantar un ratito con él, mientras las piedritas golpeaban las ventanillas y el sol se mezclaba con la tierra seca y levantada. Porque una cosa es viajar y otra es hacer del viaje una experiencia... y cuando se hace experiencia, tan pero tan intensa, es imposible no dejarse un poco, no dejar algo propio en ese lugar, no porque uno se quiebre o deshilache sino todo lo contrario: porque se multiplica infinitamente, hasta siempre... hasta la mismísima libertad.
Por eso, en honor a ese viejo Don: andar los caminos que tengan corazón, respirarlos, compartir, encontrarse con aquellos que patean el mismo compás.
Ah... agarrate, año de la serpiente, que es el mío y yo también repto, pero vengo con piel nueva (:
Desde:
#Diario,
Crónicas,
Pensamientos espontáneos
Suscribirse a:
Entradas (Atom)