http://www.goear.com/listen/a690534/los-ejes-de-mi-carreta-atahualpa-yupanqui
Cuando da miedo el silencio, la nada, es cuando menos hablo. Cuando espanta el rechinar, el crujir de un engranaje malgastado, es cuando menos busco la prolijidad del sonido. Ya no más finales felices, puntuaciones correctas, remeras planchadas o un amor para toda la vida. Hoy, el hoy. Mañana, el hoy que vendrá y el fin de esa quietud inactiva de la seguridad que brinda lo inmóvil. Entonces, el camino ancho e infinito, trifurcaciones y más, tantas posibilidades como vidas, y muchas vidas y muchos mundos, propios y tuyos, míos y nuestros. Prefiero la madera agrietada, la suela gastada, el burbujeo de un disco de vinilo. La disfonía me sienta bien. El grito también.
pequeñas partecitas de mi que escapan de la pecera de lo privado, para explotar en lo flotante de esta (des)comunicación virtual. (o algo así)
7 de noviembre de 2010
27 de septiembre de 2010
Presentación rizomática
Yo escribo. En hojas sueltas, en boletos de colectivo, en mis piernas. Escribo en trenes o caminando, o antes de dormir. Escribo mensajes para dejar en mesitas de luz ajenas, escribo mentalmente. Escribo y también leo, y leo más de lo que escribo. Leo a Borges, a Cortázar, a Pizarnik, a rimbaud y pienso qué será de mí y de mis palabras en los próximos diez años: todo ansiedad, todo especulación. Todo signo de inmadurez, de aún adolescencia, de raiz clavada. Pero raíz no impide volar, me dijeron una vez, raiz hace, y entonces yo hago. Me amigo con la música moderna y me animo a decir: Sí, ¡me encanta Leo García!
Soy una romántica incurable que se escuda tras la imagen anarco–punk de una patti smith cualquiera, pero que al fin y al cabo espera impaciente a un robert mapplethorpe que toque a la puerta un día y diga: serás mi próximo retrato.
Me gusta la danza, el cine de diálogo, la fotografía en blanco y negro, los relojes que no andan, los teléfonos viejos. No soporto la buena onda excesiva y disfruto morbosamente de ser antipática cuando alguien me da motivos para serlo. Cada vez que estoy sola canto compulsivamente, como si fuera mi única manera de respirar, y amenudo no puedo evitar escuchar las conversaciones de la gente en los transportes públicos. Amo dormir la siesta junto a los Simpsons y los cielos celestes en los parques vacíos. Amo a los gatos, a mi perra Luna. Amo los libros amarillentos, las palabras con ‘x’, como oxímoron (también amo los oxímoron: reina la anarquía), y no puedo evitar imaginarme cometiendo las más humillantes torpezas en esos momentos en donde recibo una presión o atención particular. Detesto las aceitunas, me enloquecen los palmitos y la palta, suelen enamorarme más las mujeres que los hombres, me gusta la provocación, pensar hasta que duela, pisar el pasto descalza, las duchas que queman, el sexo a media noche, los gritos, los sábados a la mañana, el olor a punk–rock milonguero del Abasto, las murgas ensayando para el carnaval, las películas de zombies, el no poder decir(le) que no.
Odio salir de compras y es por eso que nunca tengo qué ponerme; mis zapatillas están agujereadas y repetidas veces me quedo sin yerba o papel higiénico.
Hago bastante y quiero mucho más. Trabajo, estudio, bailo, me estiro, canto. Pero, por sobre todas las cosas, escribo. Escribo para extenderme, para prolongarme en el espacio y en el tiempo, para poder expresar así todos mis yo. Por eso, yo escribo.
Soy una romántica incurable que se escuda tras la imagen anarco–punk de una patti smith cualquiera, pero que al fin y al cabo espera impaciente a un robert mapplethorpe que toque a la puerta un día y diga: serás mi próximo retrato.
Me gusta la danza, el cine de diálogo, la fotografía en blanco y negro, los relojes que no andan, los teléfonos viejos. No soporto la buena onda excesiva y disfruto morbosamente de ser antipática cuando alguien me da motivos para serlo. Cada vez que estoy sola canto compulsivamente, como si fuera mi única manera de respirar, y amenudo no puedo evitar escuchar las conversaciones de la gente en los transportes públicos. Amo dormir la siesta junto a los Simpsons y los cielos celestes en los parques vacíos. Amo a los gatos, a mi perra Luna. Amo los libros amarillentos, las palabras con ‘x’, como oxímoron (también amo los oxímoron: reina la anarquía), y no puedo evitar imaginarme cometiendo las más humillantes torpezas en esos momentos en donde recibo una presión o atención particular. Detesto las aceitunas, me enloquecen los palmitos y la palta, suelen enamorarme más las mujeres que los hombres, me gusta la provocación, pensar hasta que duela, pisar el pasto descalza, las duchas que queman, el sexo a media noche, los gritos, los sábados a la mañana, el olor a punk–rock milonguero del Abasto, las murgas ensayando para el carnaval, las películas de zombies, el no poder decir(le) que no.
Odio salir de compras y es por eso que nunca tengo qué ponerme; mis zapatillas están agujereadas y repetidas veces me quedo sin yerba o papel higiénico.
Hago bastante y quiero mucho más. Trabajo, estudio, bailo, me estiro, canto. Pero, por sobre todas las cosas, escribo. Escribo para extenderme, para prolongarme en el espacio y en el tiempo, para poder expresar así todos mis yo. Por eso, yo escribo.
22 de septiembre de 2010
rimbaud

A las diez horas el 10 de noviembre de 1881 el poeta Arthur Rimbaud encontró el fin de su aventura terrestre.
A. R.
Devociones.
A Arthur Rimbaud.
Él fue joven. Él fue el joven maldito. Él fue una divinidad maldita. Se emborrachó con la sangre de jóvenes muñecas. Su risa enloquecida, su poder, corriendo a la par su visión y su demonio. De forma precoz coloca su pija sobre el culo de jóvenes muñecas. Clava agujas en la cabeza de los inocentes. Mala semilla de ira dorada. ¡Ja! ¡ja! Él rie el último. Cabellos rubios enredándose en tu respiración vital. Hidrógeno blanco. Rimbaud. Salvador de los científicos olvidados: los alquimistas. La alquimia de la palabra. El poder de la palabra. Rayos del amor. Disparos en el altar. Ceremonias obscenas. No dejan pruebas sobre las pistas. Oro. Detrás. Rimbaud bendito. Rimbaud herido. Rimbaud: ángel con mangas de pelo azul. [No]. Luz sin sombra. Rimbaud fue un canto rodante ¿son todos los profetas perseguidos? Él fue un joven tan maltido.
A Arthur Rimbaud.
Él fue joven. Él fue el joven maldito. Él fue una divinidad maldita. Se emborrachó con la sangre de jóvenes muñecas. Su risa enloquecida, su poder, corriendo a la par su visión y su demonio. De forma precoz coloca su pija sobre el culo de jóvenes muñecas. Clava agujas en la cabeza de los inocentes. Mala semilla de ira dorada. ¡Ja! ¡ja! Él rie el último. Cabellos rubios enredándose en tu respiración vital. Hidrógeno blanco. Rimbaud. Salvador de los científicos olvidados: los alquimistas. La alquimia de la palabra. El poder de la palabra. Rayos del amor. Disparos en el altar. Ceremonias obscenas. No dejan pruebas sobre las pistas. Oro. Detrás. Rimbaud bendito. Rimbaud herido. Rimbaud: ángel con mangas de pelo azul. [No]. Luz sin sombra. Rimbaud fue un canto rodante ¿son todos los profetas perseguidos? Él fue un joven tan maltido.
Por: © Patti Smith
foto: Robert Mapplethorpe
foto: Robert Mapplethorpe
30 de agosto de 2010
nomeacuerdoquién decía que antes de escribir leía en algún otro idioma que no sea el suyo, (que no sea el materno) para así después construir el lenguaje propio y poetizar las ideas de la manera menos automatizada posible.
quiero esa extranjerización. la búsqueda de una nueva lengua, de un sonido diferente.
ya no aguanto seguir usando camperas y los otoños se me hacen luminosamente insoportables.
preciso florecer.
quiero esa extranjerización. la búsqueda de una nueva lengua, de un sonido diferente.
ya no aguanto seguir usando camperas y los otoños se me hacen luminosamente insoportables.
preciso florecer.
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