17 de mayo de 2013

Cuando mueren ídolos populares y unx se encuentra en calles desbordadas de agradecimientos u homenajes es imposible no pensar si la persona en cuestión tendría dimensión real de eso que provocaba. 
Cuando mueren genocidas y personajes repudiables como éste pasa un poco lo mismo: pensamos que ojalá vieran el poco amor que sembraron, el odio que despiertan, la soledad con la que se van.


Te llevaste muchos secretos pero te moriste bien condenadito y en cárcel común. Festejo tu prisión, yo, que no festejo la prisión de nadie. 

Y te moriste viendo crecer ese país de subversivos que tantas arcadas te daba, viendo reaparecer eso que quisiste desaparecer; te moriste fumándote cada uno de los abrazos entre abuelas y nietos, entre madres e hijos, cada sonrisa de cultura popular, cada transformación, cada bajada de cuadros, cada nueva condena, cada calle ganada. Te moriste y el mundo se libró de volver a escuchar tus inmundicias, nunca más. Nunca más.





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