Tenía la sensación de llegar tarde, de ya no poder entrar.
A pesar de haber ido cien veces a ver a Las Pelotas, a pesar de cantar y saltar (y hasta de esguinzarme un tobillo en uno de sus shows), había algún lugar al que, sentía, no podía acceder. No sé si en ese momento lo tenía demasiado claro o me di cuenta más tarde, después de aquel recital que compartí con mi amigo Ale, (no éste, sino otro, que curiosamente también lleva un apellido con “S“ y es músico) y después de leer no recuerdo dónde algo así: “Uno trabaja de esto, le gusta la banda, pero no llega a disfrutarla realmente hasta que no encuentra la gente correcta para hacerlo.“.
Un día la encontré, a la gente y a la banda, y me enamoré
del Bocha y de su magia como hacía mucho tiempo no me enamoraba. Me enamoré de
su voz, de su mirada, de sus canciones, de su transparencia envidiable, casi
irrepetible en nuestro rock. Me enamoré sin la inseguridad de la no
correspondencia, sin el miedo del porrazo. Pero el porrazo llegó igual. Y dolió.
Enero de 2009 me encontró entero en la gran ciudad y
febrero, casi de casualidad, en la provincia de Córdoba, vagando entre San
Marcos Sierra, Mina Clavero y Nono.
Llegué a Nono unos días después del 12 de ese mes y donde
esperaba encontrar un santuario lleno de fotos, cartas y alguna que otra
botella, no encontré más que un par de flores ya marchitas por el sol y la sequía
del verano.
(En realidad, fue un alivio.)
Estaba sola, con un perro que me había seguido desde el
camping, una riñonera flaca y una cámara de fotos que nunca me animé a sacar de
la funda. Había salido a comprar verduras para el almuerzo y, aunque sabía que
me iba a desviar hasta ese lugar, por algún motivo no lo había dicho a mi
gente, como si necesitara de la soledad total, del anonimato, del secreto.
Ya ahí me senté lo más cerca que mis lágrimas aguantaron y
miré. Miré un rato largo, todo, o nada, no me acuerdo ya, pero sé que miré
mucho, miré hasta que me dolieron los ojos y el corazón y al final, en
cuclillas, mientras intentaba levantarme, bien despacito para no romper con la
tranquilidad que me rodeaba, le dije susurrando:
disculpame, Bocha querido, por haber tardado tanto en
llegar.
Alejandro “Bocha“ Sokol. (30 de enero de 1960 - 12 de enero de 2009)
La foto que nunca saqué (pero otros sí)